noviembre 03, 2006

-------------------PALABRA ESCRITA---------------------


Autor anónimo

Me preocupa pensar que la vida dejará por completo de ser escrita para ser vista desde las pantallas de los televisores y los ordenadores. No sé cómo serán los futuros escritores o más bien si existiremos dentro de 100 años. Me refiero a los hombres que buscamos luchar contra el infortunio de la tecnología: esas máquinas que más bien ahora veo con los ojos de aquel Hidalgo, quien las combatió en su era a toda costa.

Pero volver al principio sería el mejor regalo que le daría Dios, por lo menos a mí generación que igual a la de Foulkner, no hace historia, la sufre. Amargamente conciente de esto, me sumerjo en el concepto del escritor checo, Milan Kundera sobre el “eterno retorno: la carga más pesada”, dispuesto a soportar el peso de una generación desorientada en mi ser y apoyado en la vida, la razón y las palabras.

Despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo debe ser el propósito del escritor, como lo decía Donne. Despertarlo de la carretera que lo conduce de la cárcel al patíbulo donde todos dormimos desde que nacemos hasta la sepultura.

Temo por los escritores de las próximas generaciones. Temo por mí, porqué no sé si seré capaz de dejar a un lado ese demonio que siempre me invita a encender la pantalla para que la imaginación se pierda entre un túnel siniestro mientras mi mirada se entretiene en lo vano del siglo XXI.
Siento que la verdad vivirá eternamente en la palabra escrita, pensada, no hablada pero que fustiga. Quiero invocar ahora a la parábola de la Solitaria del que habla el escritor peruano Mario Vargas Llosa. Me inclino a ese bendito ser, signo del amor a la escritura, decidido a vivir con ella hasta mi último aliento. Comeré y viviré para que perdure eternamente en mis bíceras, y se desarrolle con ese fervor tibio y doloroso que llevó a muchos hacia el pensamiento de una estricta disciplina que les permitió la inmortalidad de su nombre y dejar para el mundo una posible visión de lo puede ser la humanidad inhumana.

Quiero soñar con el "Catoblepas" que Flubert describió en "La tentación de San Antonio", un animal imaginario, una criatura que se devora así misma comenzando por los pies. Un enfermo de "Catoblepas" es el escritor: un ser que escudriña dentro de sí la experiencia que le dé la vida y las oportunidades, para responder la principal pregunta de su generación.

Seré la representación más literaria de los jóvenes, encarnando a Aldous como ese hombre que se abre paso entre el bosque mientras tala con rabia los obstáculos de su camino. El mismo que hace oídos sordos de las burlas a voz en cuello, quien no le permiten mirar el mañana que todos los días le pregunta lo mismo ¿Y hoy qué piensas hacer por tus sueños?

Por este desafió que ahora asumo bajo mi propia palabra escrita, invoco a la vida y a la suerte que se dejen llevar sobre mis espaldas. Invoco al "Catoblepas" y a la Solitaria para mostrar lo que debo escribir, razón por la que vine a este mundo vertiginoso. De no hacerlo, invocaré a la muerte mirando desde las honduras, la luz de la montaña donde estuvo mí maestro Hemingway; la misma que lograré superar antes que inicie mi viaje a la eternidad con el mejor garbo que nos deja el deber cumplido o por lo menos el intentado.

Octubre 2005

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