diciembre 14, 2006

DIÁLOGO CON EL MAESTRO

Crónica en alta mar
(Es Esquiere, octubre de 1935)
Transcrito de su recopilación periodística: Enviado especial de Editorial Planeta.

Ernest Hemingway

Hará año y medio que se presentó un joven a la puerta de la casa de Cayo Hueso y dijo que había viajado mendigando un asiento en los automóviles que circulaban por la carretera, desde las tierras altas de Minnesota con el objeto de formular unas preguntas sobre literatura a este corresponsal, que había regresado de Cuba aquel mismo día, tenía que tomar el tren para visitar a algunos amigos y escribir algunos artículos durante la hora de viaje. Tan lisonjeado como aterrado por el formulario de preguntas, le digo al visitante que volviese al día siguiente por la tarde. Era un hombre joven, de gran estatura, de aspecto serio, pelo hirsuto y manos y pies grandes.

Se veía que su única aspiración era dedicarse a la literatura. Había pasado su infancia en una granja, luego cursó la segunda enseñanza e ingresó a la universidad de Minnesota. Más tarde trabajó de periodista, carpintero, segador y obrero y anduvo vagabundo durante dos meses por norteamérica. Quería ser escritor y tenía buenos relatos para redactarlos, relatos que narró precisamente, no obstante lo cual se apreciaba en él una resolución terminante; eso podría superar su diferencia. Se había pasado un año escribiendo en una cabaña que se había construido en Dakota del Norte. No me mostró ninguna composición suya porque, según él, carecían de valor literario.

Supuse que lo diría por modestia; luego me dio a leer un relato publicado en un periódico de Minneápolis; estaba muy mal escrito. “Al comienzo –pensé- casi todos escriben mal; pero este muchacho es muy serio y la seriedad es una de las dos prendas esenciales en la dedicación de la literatura. La otra es el talento, desafortunadamente.

Además de su inclinación a la literatura, el joven quería conocer el mar. Por lo que, y para abreviar este relato, le ofrecimos empleo de guardián de noche en la embarcación y le proporcionamos un sitio para dormir y trabajar; también tenía la misión de baldearla tres horas diarias, de modo que le quedaban tres horas diarias para dedicarse a las letras. Para colmar su deseo de navegar, le prometimos que le llevaríamos con nosotros cuando emprendiéramos viaje de regreso a Cuba.

Era un excelente guardián de noche y trabajaba firmemente en la limpieza de la embarcación y en la literatura, sin embargo, resultó ser una verdadera calamidad en alta mar: ea más lento que ágil; a veces parecía tener cuatro pies en lugar de dos manos; se ponía nervioso cuando había marejada, tenía una irremediable propensión a revolverse el estómago y renuencia a cumplir órdenes. Pero era muy voluntarioso y trabajador si se le daba tiempo para ello.

Como tocaba el violín lo llamamos el maestro. Su nombre de pila era Michael. El viento fuerte y fresco solía retardar tanto la coordinación de sus movimientos, que quien escribe esta crónica le dijo: “Maestro, usted indudablemente llegará a ser un buen literato, pues, al parecer, no sirve para otra cosa”.

Por lo demás, su estilo iba mejorando; eso indicaba que llegaría a ser escritor. Este corresponsal que a veces tiene muy mal genio, nunca más admitirá a un tripulante que aspire a ser literato ni pasara otro verano en la costa cubana o cualquiera otra entre preguntas y respuestas sobre el ejercicio de las letras. Si a bordo del Pilar han de medrar más aspirantes a literato, que sean hembras bellas que sirvan champaña.

Este corresponsal entiende que el ministerio de escritor es mucho más serio que escribir estas crónicas mensuales; pero le desagrada hablar de ello con casi todo mortal. Al haber tratado sobre varios aspectos de este asunto con el voluntarioso maestro en el transcurso de ciento diez días, en la mayor parte de los cuales tuvo que reprimir la impetuosa de arrear un botellazo a su interlocutor cada vez que este abría la boca y pronunciaba la palabra escribir, ofrece varias preguntas y respuestas que se sucedieron sobre el arte literario.

Si han desanimar a todo aquel que quiera que quiera escribir, lo desanimaran sin duda alguna, si pueden ser útiles a alguien, este corresponsal se complacerá por eso, y, si fastidian al lector, puede este pasarlas por alto y dedicar su atención las innumerables imágenes de la revista.

Al ofrecerla, quien escribe esta crónica alega que mucha de la información que contiene tiene un valor de cincuenta centavos para él cuando contaba con veintiún años.

Maestro: ¿Qué entiende usted por literatura?
Cronista: Lo que es realista. El realismo en una narración es directamente proporcional al conocimiento de la vida y de la conciencia de quien la escribe, de suerte que confeccionar una obra le dé apariencia de realidad a su contenido. Si desconoce el espíritu que mueve los sentimientos de los personajes y sus acciones, acaso lo salve la suerte o la fantasía durante algún tiempo. Más si continua escribiendo acerca de lo que no conoce, no hará sino faltar a la verdad y autenticidad. Tras cierto tiempo de hacerlo, no será capaz de escribir con sinceridad.

Maestro: ¿Qué es la imaginación?
Cronista: No se tiene ninguna noticia al respecto, excepto que se obtiene gratuitamente. Acaso debida a la experiencia a la experiencia que el individuo adquiere, lo cual creo probable y es una cualidad que todo escritor debe tener, más sinceramente crea en la imaginación. Si puede imaginar con suficiente sinceridad, el público creerá que lo que relata ha sucedido en la vida real y que él no hace sino retenerlo.

Maestro: ¿Cómo distinguirlo?
Cronista: Si ya ha sido relatado, la gente no lo recuerda. Cuando relata uno algo que acaba de suceder la tempestividad hace que los oyentes lo perciban con la mente. Un mes después, desaparece el elemento tiempo, por lo que el relato resulta insulso y ellos no lo percibirán con la mente ni lo recordarán. Pero si se confecciona en vez de relatarlo, puede uno darle integridad, solidez y vida. En ese caso se crea la obra, buena o mala. Y será tanto más real cuanto mayor sea la habilidad que se tenga para confeccionarla y los conocimientos que se pongan en ella ¿Está de acuerdo conmigo?

Maestro: No del todo.
Cronista (con esperanza): Siendo así, ¡hablemos de otra cosa, por Cristo!

Maestro (no convencido): cuénteme más cosas referentes al mecanismo de escribir.
Cronista: ¡Toma! Se refiere usted al lápiz o la máquina de escribir.

Maestro: En efecto
Cronista: Al ponerse uno a escribir aplica todas sus energías; en cambio el lector no pone nada. También se puede usar la máquina porque facilita el trabajo y es más cómodo. Luego de haber aprendido a escribir, el escritor debe proponerse transmitir los sentimientos, pasiones, conceptos, y situaciones al lector. Para lograrlo es necesario elaborar minuciosamente lo que se escribe, eso se consigue con el uso del lápiz por ofrecer tres posibilidades que el lector entienda lo que da al escrito una lectura del principio al fin; segundo, la pasarlo a máquina se vuelve a corregir y por últimos se hacen las correspondientes correcciones en las pruebas. El escribir primeramente con lápiz mejora un 0.333 por 100 más que si no se emplea ese objeto: magnitud considerable que facilita la fluidez, claridad y sencillez.


Maestro: ¿Cuánto hay que escribir diariamente?
Cronista: No se puede precisar. Lo mejor es suspender el trabajo aún cuando marche bien, antes que surjan dificultades. De esa manera nunca se atrasará mientras esté escribiendo una novela. Esto es lo más valioso que puedo decirle, así que procure no olvidarlo.

Maestro: No lo olvidaré
Cronista: Vuelvo a insistir en que es necesario interrumpir el trabajo, aunque las ideas acudan en abundancia en la cabeza, y no pensar más en él hasta el día siguiente cuando vuelva a reanudarse. De ese modo, el subconsciente lo elabora todo el tiempo que dura la interrupción. Pues al pensar conscientemente en la tarea o preocuparse, se fatiga y neutraliza el celebro. Una vez que se ha puesto a escribir no debe preocuparle si podrá continuar el día siguiente o no. Hay que proseguir escribiendo sin ninguna preocupación y aprender a confeccionar una novela, la parte más difícil es, desde luego, terminarla.

Maestro: ¿Qué hacer para no preocuparse?
Cronista: Es mejor procedimiento es procurar distraer la atención en otras cosas.

Maestro: Cuánto lee usted cada día antes de ponerse e a escribir?
Cronista: Suelo leerlo todo al paso que voy corrigiendo; luego continúo escribiendo, cuando se tiene escrito mucho y no se puede leer desde el principio, leo diariamente los dos o tres capítulos anteriores y le doy semanalmente una lectura general; así la obra tiene homogeneidad. Y no hay que olvidar interrumpir el trabajo en el momento en que aún en que aún no se ha tropezado con dificultades; eso mantiene la buena marcha y evita el desmoronamiento; si no se encuentra uno con que no puede continuar escribiendo el día siguiente.

Maestro: ¿Hace usted lo mismo cuando escribe relatos?
Cronista: Sí, solo que, a veces, un relato se puede escribir en un día

Maestro: ¿Sabe usted de antemano lo que va a suceder cuando lo escribe?
Cronista: Casi nunca. Empiezo a escribirlo y las escenas se van sucediendo a medida que escribo

Maestro: Eso no es lo que se enseña en una clase de literatura
Cronista: No tengo idea de ello, pues nunca asistí a tales clases. Un profesor de literatura no tendría la necesidad de enseñar esta disciplina en un centro docente si supiera escribir una obra.

Maestro: Pero usted está dándome clases
Cronista: Estoy chiflado. Por lo demás estamos en una embarcación y no en un centro docente.

Maestro: ¿Qué libros ha de leer un escritor?
Cronista: Ha de leerlo todo pasa saber cómo superarlo.

Maestro: No puede leer cualquier cosa
Cronista: No he dicho qué pude leer, sino qué debe leer. Por supuesto que ha de procurarse una lectura selecta.

Maestro: ¿Qué libros son más adecuados para ello?
Cronista: Guerra y Paz y Ana Karerina de Tolstoi: El buque fantasma, Frank Mildmaty y Pedro el siempre del capitán Marryat; Madame Bobari y La educación sentimental, de Flaubert Buddenbrooks, de Thomas Mann; Los Dubliner, Relato de un artista y Ulises, de Joyce: Thomas Jones y José Andresw, de Fieldeing; Rojo y negro y La Cartuja de Parma, de Stendhanl; Los hermanos Karamazov y otras obras de Dostoievski; Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain; El bote abierto y El hotel azul, de Stephen Crane, Saludo y despedida, de George Moore; Autobiografías, de Yeats; todas las buenas obras de Maupassant, Kipling y Turgueniev; For Away an Long Ago, de W.H. Hudson y los relatos de Henry James, especialmente Madame de Mauves, Retorno de avaro, Retrato de una dama, El americano.

Maestro: No me da tiempo de tomar nota de todos. ¿Hay más?
Cronista: Tres veces otro tanto. Se los enumeraré otro día.

Maestro: ¿Tiene un escritor que leerlos todos?
Cronista: Verá: No se debe escribir nada de lo que ya está escrito si no puede usted mejorarlo. Hay que escribir sobre cosas nuevas si no se puede mejorar lo escrito anteriormente. La única forma de causar efecto es competir con los literatos desaparecidos. La mayor parte de los escritores presentes no existen; su fama ha sido elaborada por los críticos, los cuales siempre necesitan un genio de temporada, alguien a que ellos comprendan perfectamente y les sea fácil haya juicio sobre su obra literaria, per esos genios fabricados dejan de existir para siempre cuando desaparecen. Todo escritor serio ha de emular a los desaparecidos que han dejado huella, para saber hasta dónde es capaz de llegar.

Maestro: Pero leer a todos los escritores le puede quitar el ánimo a uno
Cronista: En tal caso, usted será el acobardado

Maestro: ¿Qué ejercicio es primordial para un escritor?
Cronista: Una infancia desventurada

Maestro: ¿Cree usted que Tomas Mann es un gran escritor?
Cronista: Lo es y continuaría siéndolo aun cuando no hubiese escrito más que Buddenbrooks.

Maestro: ¿Cómo puede formarse un escritor?
Cronista: Ha de observar con atención todo lo que sucede alrededor de él. Si estamos pescando un pez es necesario mirar atentamente qué hace cada uno de los circunstantes; si usted retrocede mientras el animal da saltos, procure retener en la mente lo que ha causado emoción, y, si a al devanar el sedal se pone tenso cual cuerda de violín, se rompe y suelta salpicaduras de agua, es necesario recordar el sonido que ha producido y los comentarios que han hecho al respecto. Hay que hallar la causa de la emoción que se experimental y el hecho que ha causado la excitación. Entonces se toma nota de ello sin olvidar ningún detalle con el fin de que el lector lo viva y le cause la misma emoción que le causó a usted. Eso es un ejercicio primordial.

Maestro: De acuerdo
Cronista: En tal caso logra penetrar como novedad en la mente de otros. Si yo chillo, usted ha de intentar imaginarse qué estoy pensando en ese momento y al propio tiempo como lo experimenta en su interior. Si Carlos hecha pestes, Juan reflexiona acerca de los motivos que inducen al otro a imprecar. Las cosas son como deben ser o no. Por ello, como persona usted sabe quién tiene la razón y quien no la tiene, y ha de tomar una determinación e imponerla y como escritor no debe censurar, sino comprender.

Maestro: Conforme
Cronista: Otra cosa: cuando las personas hablan, escuche atentamente. No piense en lo que usted va a decir, porque la mayor parte de ellas no escuchan ni reflexionan. Usted ha de ser capaz con precisión en la mente todo lo que ha visto en una habitación luego de haber salid de ella; si la estancia le ha causado emoción debe conocer cuál ha sido la causa. Cuando se halle en la ciudad, sitúese ante el teatro y observe cómo se distingue la gente en el modo de apearse de un taxi o automóvil particular. Hay mil maneras de ejercitarse. Y piense continuamente en los demás.

Maestro: ¿Cree que llegaré a ser escritor?
Cronista: ¿Qué se yo! Tal vez carezca de la talento para ello o a caso no tenga la sensibilidad suficiente para penetrar en los sentimientos de las otras personas. Pero usted tiene cosas interesantes que contar, intente plasmarlas en papel.

Maestro. ¿Cómo debo referirlas?
Cronista: Escríbalas. Si trabaja en ello cinco años trascurridos los cuales averigua que no sirve entonces puede pegarse un tiro lo mismo que ahora.

Maestro: Descuide no me lo pegaré.
Cronista: Siendo así, venga a verme y se lo pegaré yo.

Maestro: Muchas gracias
Cronista: Será bien recibido, maestro ¿Qué le parece si hablásemos de otra cosa?

Maestro: ¿De qué?
Cronista: Pues del pasado...

Maestro: Está bien, pero...
Cronista: No hay peso que valgan. Demos por concluido ese tema. Se acabó.

Maestro: Bueno, mañana le haré unas preguntas
Cronista: Apostaría a que usted se divertirá escribiendo después de haberse enterado de cómo se hace.

Maestro: ¿A qué se refiere?
Cronista: Usted ya me entiende. Bromas, oportunidades, chanzas. Bosquejo superficial de una antigua pieza maestra.

Maestro: Explíquemelo...
Cronista: Basta

Maestro: Está bien, pero mañana...
Cronista: Mañana será otro día.

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