abril 24, 2007

OTRAS POSIBLES VERDADES SOBRE PERIODISMO


“Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias”: Gabriel García Márquez.

Camilo Argüello Benítez

Cuando Riszard Kapuscinski fue invitado por García Márquez a Cartagena para que, frente a un grupo de periodistas latinoamericanos, hablara sobre el arte de narrar historias y hechos, Kapuscinski contó, muchos años después, que ‘Gabo’ le preguntó: “Maestro, ¿cuál es la clave para escribir bien?” Y él le respondió tal vez con algo de resplandor líquido en sus ojos: “leer y escribir poesía”.

Imagino que `Gabo’ no dudó un segundo en ofrecer el brindis de su triunfo en 1982, a la poesía; esa pócima secreta con que llegan las musas y abren el acceso a milenios de gloria; las que un día lo dejaron frente al público que vio, 33 años antes, a quien él consideró su principal formador literario, William Faulkner.

En los años que han pasado desde la gran generación de escritores que migraron a las salas de redacción para humanizar la profesión y a los lectores, es decir a los colombianos, aún no se pierde –aunque sí bajado – la costumbre de vaciar botellas en vasos y vasos en gargantas, mientras se recuerdan experiencias de reportero y se discuten o bufonea sobre las palabras y actos de los representantes políticos del momento o antaño.

Hoy, los periodistas flanqueamos el camino hacia la rutina de una profesión que, aunque no se quiera, sirve de entretenimiento en los televisores y la radio, básicamente. De hecho, la violencia en el país durante los cincuenta no sólo fue de incendios, cierre de diarios como El Tiempo y El Espectador, de atrocidades hechas por la población conservadora, el encarcelamiento de varios líderes de la oposición, la matanza y el fusilamiento de cientos de campesinos liberales y el surgimiento de las primeras guerrillas antigobernistas, sino la formación de grandes cronistas como García Márquez, Felipe González Toledo, Eduardo Zalamea Borda, Álvaro Pachón de la Torre, Guillermo Cano, Hernando Téllez, Antonio Pardo García, Plinio Apuleyo, Germán Santamaría, Ximénez, Álvaro Cepeda Samudio, Marco Tulio Rodríguez y, por supuesto, Germán Pinzón.


Días en que la prensa sacrificaba el mundo por la construcción de un párrafo fidedigno y coherente, por un verso, por viajar al lugar de los hechos sin importar el presupuesto, por ser un medio de conocimiento, de posición política y entretención literaria. Mañana o la próxima semana, no sabremos cuántas cartas y rectificaciones saldrán en los periódicos, así como tampoco los párrafos borrados por la falta de espacio para un aviso publicitario.

Kapuscinski consideraba que escribir una cuartilla era imposible sin antes leerse cien hojas o tal vez –diría yo- atreverse por sí mismo a escribirlas sin temor a ser juzgado y rechazado. Apostaría a que usted se divertirá escribiendo después de investigar y enterarse como se hace, entender que la meta es romper los esquemas después de conocerlos, como dijo el poeta estadounidense Erza Paund.


EL DIFÍCIL OFICIO DE LA VERDAD

Muchos comunicadores sentimos malestar al escuchar que el periodismo no es una profesión sino un oficio, pero es verdad: el periodista es un artista porque, al igual que los poetas y los escritores, su única arma es el lenguaje, la palabra, la misma con que contamos todos –especialmente los enamorados-.

Si se tiene el ánimo y la paciencia para confeccionar el cuento de lo que sucede a diario, de relatarlo, darle integridad, solidez y vida (esas que se cuentan), el artículo será tanto más real, eso sí “cuanto mayor sea la habilidad que se tenga para trabajar y los conocimientos que se pongan en ella”.

Todo lo anterior me lo enseñó el maestro Ernest Hemingway en una crónica fantástica que hizo durante su vida como periodista y navegante a la deriva por el golfo de Méjico. En uno de esos viajes vivió la experiencia que tuvo con un joven interesado en ser escritor, un alma apasionada que se dedicaba a tocar el violín –por eso le decían el maestro- y lo acompañó hasta Cuba en barco, estriando el océano.

A la puerta de su casa en Cayo Hueso, el muchacho le afirmó que había viajado mendigando un asiento en los automóviles que circulaban por la carretera desde Minnesota, con el propósito de formularle unas preguntas sobre literatura. El “practicante” insistía en su interés y así consiguió un puesto en la embarcación.

Prácticamente, el joven antes de ser escritor –si es que lo logró- fue periodista de la misma forma en que Colón logró ser conquistador de América: sin darse cuenta.

Así, Hemingway, más que hablar de literatura, como por encantamiento, tocó el periodismo y aconsejó: “cuando las personas hablan, escuche atentamente. No piense en lo que usted va a decir porque la mayor parte de ellas no escuchan ni reflexionan. Usted ha de ser capaz de grabar, con precisión en la mente, todo lo que ha visto en una habitación luego de haber salido de ella; si la estancia le ha causado emoción debe conocer cuál ha sido la causa. Cuando se halle en la ciudad, sitúese ante el teatro y observe cómo se distingue la gente en el modo de parar un taxi o automóvil particular. Hay mil maneras de ejercitarse. Y piense continuamente en los demás”.

Este aparte sustraído de su compilación periodística “Enviado especial” (1968), se complementa con otros textos, por ejemplo usaré “Los periodistas literarios o el arte del reportaje personal” del escritor Norman Sims en cuyo prólogo explica que “a los personajes del periodismo literario se les debe dar vida en el papel, exactamente como en las novelas, pero sus sensaciones y momentos dramáticos tienen un poder especial porque sabemos que sus historias son verdaderas”.

En un conversatorio al que asistieron los columnistas de El Tiempo, María Jimena Duzán y Javier Darío Restrepo con el auditorio de la Sede Bolívar a reventar, hace ya casi dos años, Restrepo afirmó sentirse preocupado por la falta de periodismo en el periodismo y, como los buenos médicos dio la fórmula sin titubeos, como si tuviera ese As guardado bajo la manga hace mucho tiempo: El regreso a la crónica; a la parsimoniosa y apasionante tarea de narrar historias que se construyen cada día y que, como el arte, siempre suceden.

La otra clave también la brindó Hemingway al decir que cuando se relata algo que acaba de suceder la tempestividad hace que los oyentes lo perciban con la mente, que el periodista debe poner todas sus energías a la hora de contar un hecho al que, el lector, no tiene más obligación que entender fácil o pasar a distraerse con los gráficos de la revista.

Hacer periodismo no es sencillo. Es una de las profesiones más complicadas que existen y aún así, se cree que esta carrera es un “escampadreo” para aquellos que anduvieron -o andan- indecisos durante el bachillerato, pero la culpa no es de ellos: al ver la televisión, escuchar la radio y leer la prensa de hoy, se pierde la tarea del periodista, la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar.

Albert Camus, periodista y escritor francés lo explicó mucho mejor y en su discurso luego de recibir el premio Nobel de Literatura admitió que “la verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino”; el de hacer periodismo.