enero 16, 2007

Entrevista con Germán Pinzón: "¿QUÉ SE HACE CON LA VIDA PUESTO QUE LA MUERTE EXISTE?"



- "¿No se acaba el mundo?" es la más reciente novela de este escritor y periodista colombiano.

- A sus 72 años de edad, ya se encuentra trabajando en una nueva novela sobre un niño y su perro, que se titulará "Otelo y Cañengo".

Camilo Argüello Benítez
Colprensa

"Siempre lo he considerado mi maestro", afirma el escritor Germán Castro Caycedo de Germán Pinzón, uno de los periodistas y escritores más ingeniosos e irreverentes de la década de los sesenta en Colombia. Su nombre ha sido sinónimo de un tipo particular de narración en periodismo y novela colombiana desde su ingreso a los medios de comunicación.

A lo largo de sus tres novelas y docenas de crónicas, Pinzón ha escrito libretos de televisión, de historia, cuentos y viajes, ha desempeñado trabajos de redactor general de noticias, redactor deportivo, jefe de redacción y columnista. Recibió dos premios de periodismo "Marco Fidel Suárez". En 1966 obtuvo el primer premio Nadaísta de novela vanguardia con su obra ‘El Terremoto’ y crea la revista ‘Mito’, una publicación que sirvió como muestra literaria para los escritores de entonces.

Descendiente de una familia oriunda de Cajicá, una pequeña población ubicada en el departamento de Cundinamarca, y que llegó a vivir en la Bogotá antigua, aquella que se expandió desde La Candelaria, heredó la ciencia de las letras de su padre, un médico y poeta dedicado a los placeres oníricos de una biblioteca casera muy completa.



Germán Pinzón habla con una voz suave y plana, con los acentos marcados que aun permanecen vigentes de la Bogotá de arquitectura colonial donde creció y, aunque lenta en la alocución, no es aburrida. Prefiere dar rodeos y decorar la conversación con acontecimientos históricos jamás revelados en libros de bachillerato.

Esta entrevista tuvo lugar en un apartamento de estilo barroco, una sala con paredes adoquinadas por docenas de libros, entre los cuales Pinzón reconoce que se ha perdido algunas veces mientras busca la M de Márquez, la primera edición de ‘Cien años de soledad’, firmada por el mismo "Gabo" durante un encuentro espontáneo.

Germán es un hombre de baja estatura pero en ningún sentido pequeño. Vestido con un saco oscuro de diminutas líneas blancas pero abundantes a la luz, camisa azul, corbata a líneas y un cigarrillo a mitad de camino, tiene aspecto de funcionario de vieja guardia. Es regalo para un entrevistador porque tiene el don de convertir preguntas insulsas, en preguntas con aire inteligente al intentar suponer que el entrevistador quiso decir otra cosa.


Hombre al parecer de hábitos fijos, Pinzón sentado en el sofá azul pareciera que llevara sus años con mucho reposo; de hecho, se mueve tan quedamente que si no fuera por eso sería un ser ingrávido, casi fantasmal.

Sus modales permiten que la conversación sea amable. Rompe el paradigma que marca su escritura fuerte por la figura reposada, amable, sensata y realista de un escritor que ama la vida, y muy seguramente aprendió a querer a la muerte. Su actitud fresca y alegre está reflejada en su rostro enjuto y gris como sus ojos que ahora más bien parecen de nube. Casi diez años luego de publicada ‘Esta vida y la otra’, Pinzón deja a la luz pública una nueva historia: la de Féderman, un enfermo terminal para quien morir es ya algo seguro. Una novela que reconstruye la historia de Bogotá desde escenarios legendarios que dejaron mella melancólica en la memoria de su protagonista por el tiempo ya perdido.

EL FIN DE LOS MUNDOS INVIDIVUALES

- ¿Cómo llega la novela ""¿No se acaba el mundo?"?

- La pregunta se la hace la humanidad desde que comenzó ¿cuándo se acaba el mundo? Desde el año mil se ha dicho que se va a acabar el mundo, pero en el año cien también se pensó lo mismo. La gente se la pasa esperando el fin del mundo sin darse cuenta que cada uno es el mundo y que cuando esa persona se muere se acaba su mundo; que es irrepetible. Un hombre es un resumen casi geológico de la historia del planeta.

La novela nació como proyecto hace bastantes años porque aun amigo se le descubrió que tenía un cáncer, entonces el tipo dijo: "no puedo decir como Pablo Neruda: ‘Confieso que no he vivido’. En tres meses voy a tratar de tomarme la revancha de eso".

-¿Qué hipótesis plantea la novela?

- Fédeman, el protagonista, tiene por fin el derecho de escoger algo: el derecho a morir como quiera. Uno no puede escoger nunca en qué familia nacer, ni en que país ni en qué época. "Sé que me puedo morir de cáncer pero me puedo morir de otra cosa". Y entonces se va a cumplir en ese corto plazo todas sus aventuras represadas en la rutina de dejarse robar su propia vida por otros intereses.

Fédeman muriéndose en esa especie de crepúsculo, sin distinguir cuál de los dos es: si él del amanecer o anochecer, tiene encuentros raros con gente ya muerta. Se encuentra a María Jinete, la supuesta bruja quemada viva en la inquisición de Cartagena en el Siglo XIX, a Ricardo Gaitán Obeso, guerrillero que puso en jaque al presidente Rafael Núñez. Sus declaraciones están inspiradas en diarios de la época.. Son historias basadas en documentos reales.

Ahí se van citando casos y todo para poner otra vez sobre la mesa una serie de preguntas que están siendo abolidas sistemáticamente y que son la base de la justificación de la vida, es decir, ¿para qué nace uno? ¿ Cuál es el destino individual? ¿Cuál es el origen de la vida?. El problema no es morir, el problema es qué metas perseguí yo durante esa vida.


-¿Dónde escribió el libro?

Este libro no lo escribí aquí, sino en un apartamento del centro de Bogotá, la Carrera 5 entre 18 y 19 que es una vía bonita. Muy cerca de ahí también escribí, en una olla, en la carrera 12 con calle 22, la otra novela anterior a esta que se llama ‘¿Esta vida y la otra’.




-¿Relee sus novelas?

Casi no acostumbro a eso. Hago la novela y la dejo y nunca la vuelvo a leer, o sólo muchos años después para poder tener una perspectiva no tan personal. Pero al releerlo ésta, me di cuenta que por debajo de todo parece deslizarse la posibilidad de un arte, que se llamaría el arte de morir. Hay tantas formas de morir pero si uno está abocado a una de ellas puede elegir otra. Además, en lugar de entregarse al terror como el torero envuelve al toro: en un laberinto de seda, en un laberinto de un solo pase y no rodear a la muerte de galanteos, hay es que acogerse a ella, fundirse y aprender a morir.

Beethoven decía, quejándose de su vida, ‘no he aprendido a morir. La música me ha salvado de morir pero no he prendido a morir’. Parece que un reto bellísimo que la gente asume pocas veces, es el reto de la muerte, el reto personal, individual.

- ¿Cómo aplica usted eso a la novela?

A Féderman finalmente no lo alcanza ni el cáncer ni la policía. Sabiendo que morirá tiene entresueños que no sabe si es futuro o pasado sobre una muchachita que se le aparece y se desvanece, pero que, finalmente, logra concretarse en una especie de delirio que probablemente sí ocurre porque quedan pruebas.

- ¿Cómo inicio en la escritura?

Por mi papá escribía. Como él escribía y yo le veía escribir pues se me despertó esa ansiedad por hacer lo mismo antes de aprender a leer. Comencé a defenderme haciendo dibujos, historietas sin diálogos, dibujando monigotes muy malos pero un tanto buenos para mi edad. Se despertó mi inmensa curiosidad por ese poder que la literatura confiere, que es el poder de iluminar

A mí me parece que la literatura es la columna vertebral de la humanidad. Ella se mueve de libro en libro. Los grandes acontecimiento o las grandes ideas son siempre fruto de libros, inclusive libros no escritos como los de Sócrates que los escribe Platón, aunque puede ser que Platón invente a Sócrates o que Sócrates invente a Platón.

CRONÍSTA DEL SIGLO XX

- Usted se inició en el periodismo ¿En qué le ayudo esa profesión a su vida y a su literatura?

La grande del periodismo es que uno ve las cosas como son, así, no se la cuentan. Uno como periodista trata de trasmitirlas como las recibió, con la misma capacidad de impacto, tanto en los sentimientos de temor y de condena.

-¿Usted recomienda el trabajo periodístico para un aprendiz escritor?

Desde luego. En la época en que entré a trabajar a El Espectador yo sabía que casi todo periodista que estaba ahí era porque quería ser escritor, pero había que hacer esa escuela. Primero como un ejercicio de lanzarme, la pulida del lenguaje. Luego fue para como un contacto permanente, diario, como muy contraste con todas las facetas de la vida. El periodismo llena de argumentos para escribir.

La verdad es que no hay que hacer novela. Está en el día a día. Cervantes escribió de dos personajes que en verdad no son originales: Don quijote y Sancho, quienes están sobre la tierra. Uno es un caballero que está medio loco y el otro es un peón que lo acompaña. Estoy seguro que en muchos rincones del planeta hay Quijotes y Sancho Panzas.

- ¿Está trabajando en algo ahora?

Sí. Una novela sobre un niño y su perro, se titula %¬Otelo y Cañengo’. Es lo que ocupa los días a mis 72 años.